viernes, 9 de septiembre de 2016

Los Hijos del Río

Las manos pequeñitas se hundían una y otra vez, al principio era tan solo un juego, pero con las horas, el frío del agua hacia que sus deditos se entumieran, debajo de cientos de arruguitas por la permanencia en el gélido arroyo se dejaban ver en sus palmas y sus plantas amoratadas. Sabía bien que si dejaba de hacerlo sus ocho hermanos, y su madre sufrirían las consecuencias, de vez en cuando levantaba su rostro y veía como sus compañeros de escuela y de juegos, hacían lo mismo que él, una que otra vez se alzaban en jubilo entre gritos y risas, porque de seguro alguno había encontrado lo tan anhelado, pero el chasquido del látigo los regresaba a la tortuosa faena.

El pequeño Candelario, tenía una fórmula que le permitía continuar dentro del escaso caudal mucho más tiempo que los demás, se dejaba llevar por los gratos recuerdos de la abuela Esperanza, esa gran matrona, que más que una heredera de esclavos, era una mujer grande y corpulenta, que jugueteaba con el como una niña, quien le hacia reír con las historias traídas por sus ancestros desde las costas Africanas, y deleitarse con bellos arrullos con su voz de cantadora, o con sus muchas maneras de divertirse mientras lo hacía pasear entre las palmas del chontaduro, el plátano y el borojo; al igual que se entretenían con las largas travesías entre riachuelos y esteros, bogando y roncando en su canalete, o cuando dejaba que sus dedos traviesos juguetearan con los hilitos de plata que se chorreaban del remo, mientras los brazos fuertes de la abuela Esperanza continuaba remando incesantemente, lo metía y lo sacaba de las aguas que lo habían visto nacer a él y a otras tantas generaciones, así aprendió que la alegría es para todos los colores. 

Esa mañana sus ojos se desorbitaron al descubrir entre la arena negra algo extraño, era diferente a la pirita común, o a la quimera hecha piedritas, así que se alisto a clavar su batea para mazomerrear entre el fango, mientras calculaba lo que veía, y pensó que con ese tamaño y peso podría apaciguar la fiebre del oro para sus más cercanos, imagino todo lo que podría lograr con el metal precioso; pero de repente todo se oscureció para los olvidados hijos del río
, porque lo que extrajo  Candelario, fue una mina mortal, que al detonar convirtió todo a más de cincuenta metros a la redonda en un agujero negro, convirtiendo el hilo de agua en un arco iris de muerte y desolación.

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