Ellix Brendiux transitaba todas
las noches por la pradera, lo reconocía todo como la primera vez, aprovechaba y
llenaba su canasto con flores bañadas por el roció. De pronto escucho un
quejido, cerca al lago así que sin esperar corrió hacia el lugar de donde
provenía; descubrió allí, a una mujer
que se escondía bajo el manto nocturno, al tiempo en que gemía abrazada a un
enorme y centenario árbol medicinal, mientras sus piernas flaqueaban al tratar
de darle curso a la criatura que tenía en su vientre. Ellix Brendiux, elevo sus
ojos al cielo y eso basto para que todo
su instinto activara su pensar y su actuar, así que pese a no haber asistido jamás un parto la joven dama se
ocupó de la situación como lo habría hecho cualquier matrona. De la noche a la mañana la cabaña
de Ellix Brendiux , que hacia parte de la pequeña aldea, ahora
permanecía colmada de parturientas, tras las cuales fueron llegando tuberculosos, leprosos,
virulentos y muchos otros enfermos, a los que si bien ella no sanaba; con sus
emplastos, si hacía sentir mejor con sus infusiones y sabias palabras.
Cuentan en la aldea que un
domingo en que se oficiaba la santa misa, Ellix Brendiux, prefirió acompañar a
una mujer primeriza en su parto, antes que asistir a los oficios; esta acción
corrió como fuego de boca en boca y llego a oídos del Obispo, quien de
inmediato demando la presencia del señor
feudal. Unas horas después, la soldadesca abrió a empujones la puerta de la
amada Ellix a quien sacaron de su casa por la fuerza. La imagen que se vio a
continuación era la de una bestia montada en un caballo, que a su vez, arrastraba
a la joven partera. Los conocidos y antes amigos de Ellix por temor a ser relacionados con ella, ahora
le arrojaban estiércol y enormes pedruscos, pero lo que más le dolía a la joven y apenaba su
corazón, eran las palabras llenas de miedo de quienes se las lanzaban. Poco
después una noche de luna llena sin que mediara juicio alguno, apilaron afuera
de las mazmorras alrededor de la gruesa estaca de abedul, más de seis fardos de leña, luego, cuando el
balcón ataviado con largos faldones carmesís estuvo a reventar y los aldeanos
morbosos, expectantes y enardecidos alcanzaron el paroxismo, sacaron a Ellix a
empellones, antes de amarrarla al poste donde le arrancaron la manta con que se
cubría. La azotaron para hacerla confesar sus faltas, dejaron su espalda
escaldada y sanguinolenta, le pusieron grilletes en manos y pies, fijándola a
la superficie lisa y blanquecina; entonces justo cuando las voces del clero y
el pueblo justiciero trepanaban sus oídos,
la noble mujer levanto los ojos nuevamente hacia el cielo, las nubes
oscuras dieron paso a la gigantesca luna, que dejó caer su luz para iluminar el cuerpo desnudo de su noble y
ancestral hija, y allí ante los ojos
impávidos de todos los presentes la hoguera hubo que asfixiarse sola, porque Ellix Brendiux se desvaneció en un
fino polvo de estrellas y ascendió al
encuentro de la pálida Luna.
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