Dora Artemisa siempre fue un espíritu libre, se sentía como una sacerdotisa quien guardaba celosamente su virginidad, ante el enfalamiento viril de cualquier mancebo sobre excitado. Cuentan que el mismo día en que el forastero desmonto de su bestia y tiro las pieles de lo cazado, sobre el adoquín soleado en el centro de la plaza; Dora Artemisa dejo su collar de nenúfares con el cual mantenía a raya, los ardores sexuales de los lugareños, la soldadesca o los cientos de peregrinos que visitaban la taberna. Cuando reapareció entre sus comensales todos la vieron mas joven, voluptuosa y agraciada, sus caderas prominentes hacían notar mas el corpiño entallado que parecía querer desbordar sus redondos senos; sus piernas aunque temblorosas la ayudaron a cruzar entre las mesas, difícilmente se sostuvo al pasar junto al cazador, porque un olor a animal montuno le produjo un vahído que la atrajo salvajemente, tanto que solo pudo llegar a la barra y tomarse a sorbos pequeños y lentamente, un trago ardiente como su vientre. Observo la figura delgada del hombre foráneo, la cara de rasgos suaves envuelta por la sombra de una luna azul, y cuando levanto la cabeza entre la nariz, y el ala del sombrero curtido por cientos de soles, se encontró con unos ojos pardos enigmáticos; ella se deleito con lo que le quedaba en la copa, cruzo de nuevo el lugar con paso recio y decidido, por que bien sabia que había llegado el momento de compartir con este extranjero, la provincia de su sexo, de la cual era dueña absoluta, para así convertirse en Loba y en la Diosa de la Fertilidad.
1 comentario:
El contexto en el que se desarrolla la narrativa me lleva al cazador frente a su presa, siendo ésta una hembra deseosa de ser poseida.
Pasear ambos cuerpos ardientes en las mieles del placentero amor, deja al descubierto sexuaiidad inata.
El lecttor queda atrapado entre la intriga y el deseo... y quizá.. perle de sudor y desfallezca en la entrega,
¡Buen relato!
Te abrazo siempre.
Ross
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